Friday, June 5, 2020

El Amor Misericordioso del Sagrado Corazón de Jesús, Compendio de la Fe Católica. Parte 1

El Amor Misericordioso del Sagrado Corazón de Jesús, Compendio de la Fe Católica. Parte 1
Del Sagrado Corazón de Jesús brota un Amor Misericordioso para nosotros y ese mismo Amor debe brotar desde nuestro corazón hacia los demás.  No se trata de un simple ícono. El Papa Pío XII enseñaba que la devoción al Sagrado Corazón de Jesús era ‘EL COMPENDIO DE NUESTRA RELIGIÓN’. El Papa Pío XII escribió en el Punto 29 de su Encíclica sobre la devoción al Sagrado Corazón de Jesús ‘Haurietis Acquas’, del 15 de mayo de 1956: “Por consiguiente, representa y pone ante los ojos todo el Amor que Él nos ha tenido y nos tiene aún. Y aquí está la razón de por qué el culto al Sagrado Corazón se considera, en la práctica, como la más completa profesión de la religión cristiana. Verdaderamente, la religión de Jesucristo se funda toda en el Hombre-Dios Mediador; de manera que no se puede llegar al Corazón de Dios sino pasando por el Corazón de Cristo, conforme a lo que Él mismo afirmó: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por Mí» (Jn 14:6)”


CARTA ENCÍCLICA HAURIETIS AQUAS DE SU SANTIDAD PÍO XII SOBRE EL CULTO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

1. «Beberéis aguas con gozo en las fuentes del Salvador» [1]. Estas palabras con las que el profeta Isaías prefiguraba simbólicamente los múltiples y abundantes bienes que la era mesiánica había de traer consigo, vienen espontáneas a Nuestra mente, si damos una mirada retrospectiva a los cien años pasados desde que Nuestro Predecesor, de i. m., Pío IX, correspondiendo a los deseos del orbe católico, mandó celebrar la fiesta del Sacratísimo Corazón de Jesús en la Iglesia universal. 

Innumerables son, en efecto, las riquezas celestiales que el culto tributado al Sagrado Corazón infunde en las almas: las purifica, las llena de consuelos sobrenaturales y las mueve a alcanzar las virtudes todas. Por ello, recordando las palabras del apóstol Santiago: «Toda dádiva, buena y todo don perfecto de arriba desciende, del Padre de las luces» [2], razón tenemos para considerar en este culto, ya tan universal y cada vez más fervoroso, el inapreciable don que el Verbo Encarnado, nuestro Salvador divino y único Mediador de la gracia y de la verdad entre el Padre Celestial y el género humano, ha concedido a la Iglesia, su mística Esposa, en el curso de los últimos siglos, en los que ella ha tenido que vencer tantas dificultades y soportar pruebas tantas. Gracias a don tan inestimable, la Iglesia puede manifestar más ampliamente su amor a su Divino Fundador y cumplir más fielmente esta exhortación que, según el evangelista San Juan, profirió el mismo Jesucristo: «En el último gran día de la fiesta, Jesús, habiéndose puesto en pie, dijo en alta voz: "El que tiene sed, venga a mí y beba el que cree en mí". Pues, como dice la Escritura, "de su seno manarán ríos de agua viva". Y esto lo dijo El del Espíritu que habían de recibir lo que creyeran en El» [3]. Los que escuchaban estas palabras de Jesús, con la promesa de que habían de manar de su seno «ríos de agua viva», fácilmente las relacionaban con los vaticinios de Isaías, Ezequiel y Zacarías, en los que se profetizaba el reino del Mesías, y también con la simbólica piedra, de la que, golpeada por Moisés, milagrosamente hubo de brotar agua [4]. 

2. La caridad divina tiene su primer origen en el Espíritu Santo, que es el Amor personal del Padre y del Hijo, en el seno de la augusta Trinidad. Con toda razón, pues, el Apóstol de las Gentes, como haciéndose eco de las palabras de Jesucristo, atribuye a este Espíritu de Amor la efusión de la caridad en las almas de los creyentes: «La caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» [5]. 

Este tan estrecho vínculo que, según la Sagrada Escritura, existe entre el Espíritu Santo, que es Amor por esencia, y la caridad divina que debe encenderse cada vez más en el alma de los fieles, nos revela a todos en modo admirable, venerables hermanos, la íntima naturaleza del culto que se ha de atribuir al Sacratísimo Corazón de Jesucristo. En efecto; manifiesto es que este culto, si consideramos su naturaleza peculiar, es el acto de religión por excelencia, esto es, una plena y absoluta voluntad de entregarnos y consagrarnos al amor del Divino Redentor, cuya señal y símbolo más viviente es su Corazón traspasado. E igualmente claro es, y en un sentido aún más profundo, que este culto exige ante todo que nuestro amor corresponda al Amor divino. Pues sólo por la caridad se logra que los corazones de los hombres se sometan plena y perfectamente al dominio de Dios, cuando los afectos de nuestro corazón se ajustan a la divina voluntad de tal suerte que se hacen casi una cosa con ella, como está escrito: «Quien al Señor se adhiere, un espíritu es con El» [6]. 

NOTAS DE PIE DE PAGINA 
[1] Is 12, 3. 
[2] Sant 1, 17. 
[3] Jn 7, 37-39. 
[4] Cf. Is 12, 3; Ez 47, 1-12; Zac 13, 1; Ex 17, 1-7; Núm 20, 7-13; 1 Cor 10, 4; Ap 7, 17; 22, 1. 
[5] Rom 5, 5. 
[6] 1 Cor 6, 17. 

XX