CRIMEN DE SIMONIA
El crimen de Simonía dimana de Simón Mago, el cual quiso comprar para sí al Apóstol Simón Pedro los dones del Espíritu Santo (Conf. Hch 8:9-24).
Es tan grave el vicio de Simonía, que según el Papa Pascual I (817-824) son casi insignificantes todos los crímenes comparados con él; pues que los dones del Espíritu Santo se reducen a una vil condición, no siendo respetados por nadie, porque ¿quién venera aquello que se vende, o quién juzga vil lo que se compra? Además, cuando lo espiritual no se administra gratuitamente, la disciplina eclesiástica se va relajando por grados, y la religión se convierte en mercancía.
Dividese la Simonía en real, convencional y concebida en la mente. La primera se comete cuando en efecto se conceden cosas espirituales por dinero metálico; la convencional es, cuando se estipula conceder una cosa espiritual no gratuitamente, pero aun no ha llegado a verificarse la tradición, o sólo ha sido por una parte; y la concebida en la mente es aquella en que se ofrece algo al dispensador de la cosa espiritual con la esperanza de impetrar de él algún beneficio. Añádase a estas tres especies la que se llama per confidentiam, como si se recibe un beneficio con el pacto de ceder a otros sus frutos, o de restituirle el titulo después de pasado algún tiempo.
(...) en ninguna otra cosa se ha cometido con más frecuencia que en las sagradas ordenaciones y beneficios eclesiásticos. (...) Tampoco debemos creer que se entiende por dinero, hablando de Simonía, solo el que consiste en monedas: sino todo aquello que tiene precio: por lo cual, los antiguos Padres enseñaron que había tres cosas en materia de Simonía que hacían las veces de dinero; y las expresaban así: munus a manu, munus a língua, y munus ab obsequio. En lo primero, o en el munus a manu se contiene el dinero estrictamente dicho; en el munus a lingua (o bien sea recomendación) interviene también dinero y precio; y el munus ab obsequio, también éste hace las veces de dinero.
El Concilio de Trento en la sesión 21, capitulo 14, ordenó con mucha prudencia lo siguiente: "Constando que se practica en muchas iglesias, así catedrales, como colegiatas y parroquiales, por sus constituciones, o mala costumbre, que en la elección, presentación, nombramiento, institución, confirmación, colación u otra provisión, o admisión a tomar posesión de alguna iglesia catedral, o de beneficio, canongias o prebendas, o la parte de las rentas, o de las distribuciones cotidianas, imponer ciertas condiciones, o rebajas de los frutos, pagas, promesas, o compensaciones ilícitas, o ganancias que en algunas iglesias llaman de Turnos; detestando todo esto el santo Concilio, manda a los obispos no permitan cosa alguna de estas a no invertirse en usos piadosos, así como no permitan ningunas entradas que traigan sospechas del pecado de Simonía, o de indecente avaricia; e igualmente que examinen los mismos con diligencia sus constituciones, o costumbres sobre lo mencionado, y a excepción de las que prueben como loables, desechen y anulen todas las demás como perversas y escandalosas".
FUENTE.
D. Juan Tejada y Ramiro, Colección de Cánones y de todos los Concilios de la Iglesia de España y de América. Tomo II (Madrid, 1864), p. 336-338.
Luego del martirio del protodiácono Esteban (Conf. Hch 7:1-60):
"Saulo aprobaba su muerte. Aquel día se desató una gran persecución contra la Iglesia de Jerusalén. Todos, a excepción de los apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaria.
Unos hombres piadosos sepultaron a Esteban e hicieron gran duelo por él.
Entretanto Saulo hacía estragos en la Iglesia; entraba por las casas, se llevaba por la fuerza hombres y mujeres, y los metía en la cárcel.
".Los que se habían dispersado iban por todas partes anunciando la Buena Nueva de la Palabra.
Felipe bajó a una ciudad de Samaria y les predicaba a Cristo.
La gente escuchaba con atención y con un mismo espíritu lo que decía Felipe, porque le oían y veían las señales que realizaba; pues de muchos posesos salían los espíritus inmundos dando grandes voces, y muchos paralíticos y cojos quedaron curados.
Y hubo una gran alegría en aquella ciudad.
En la ciudad había ya de tiempo atrás un hombre llamado Simón que practicaba la magia y tenía atónito al pueblo de Samaria y decía que él era algo grande.
Y todos, desde el menor hasta el mayor, le prestaban atención y decían: «Este es la Potencia de Dios llamada la Grande.»
Le prestaban atención porque les había tenido atónitos por mucho tiempo con sus artes mágicas.
Pero cuando creyeron a Felipe que anunciaba la Buena Nueva del Reino de Dios y el nombre de Jesucristo, empezaron a bautizarse hombres y mujeres.
Hasta el mismo Simón creyó y, una vez bautizado, no se apartaba de Felipe; y estaba atónito al ver las señales y grandes milagros que se realizaban.
Al enterarse los apóstoles que estaban en Jerusalén de que Samaria había aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan.
Estos bajaron y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo; pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús.
Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo.
Al ver Simón que mediante la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu, les ofreció dinero diciendo:
«Dadme a mí también este poder para que reciba el Espíritu Santo aquel a quien yo impoga las manos.»
Pedro le contestó: «Vaya tu dinero a la perdición y tú con él; pues has pensado que el don de Dios se compra con dinero.
En este asunto no tienes tú parte ni herencia, pues tu corazón no es recto delante de Dios.
Arrepiéntete, pues, de esa tu maldad y ruega al Señor, a ver si se te perdona ese pensamiento de tu corazón; porque veo que tú estás en hiel de amargura y en ataduras de iniquidad.»
Simón respondió: «Rogad vosotros al Señor por mí, para que no venga sobre mí ninguna de esas cosas que habéis dicho.»
Ellos, después de haber dado testimonio y haber predicado la Palabra del Señor, se volvieron a Jerusalén evangelizando muchos pueblos samaritanos.
El Angel del Señor habló a Felipe diciendo: «Levántate y marcha hacia el mediodía por el camino que baja de Jerusalén a Gaza. Es desierto.»
Se levantó y partió. Y he aquí que un etíope eunuco, alto funcionario de Candace, reina de los etíopes, que estaba a cargo de todos sus tesoros, y había venido a adorar en Jerusalén, regresaba sentado en su carro, leyendo al profeta Isaías.
El Espíritu dijo a Felipe: «Acércate y ponte junto a ese carro.»
Felipe corrió hasta él y le oyó leer al profeta Isaías; y le dijo: «¿Entiendes lo que vas leyendo?»
El contestó: «¿Cómo lo puedo entender si nadie me hace de guía?» Y rogó a Felipe que subiese y se sentase con él.
El pasaje de la Escritura que iba leyendo era éste: «Fue llevado como una oveja al matadero; y como cordero, mudo delante del que lo trasquila, así él no abre la boca.
En su humillación le fue negada la justicia; ¿quién podrá contar su descendencia? Porque su vida fue arrancada de la tierra.»
El eunuco preguntó a Felipe: «Te ruego me digas de quién dice esto el profeta: ¿de sí mismo o de otro?»
Felipe entonces, partiendo de este texto de la Escritura, se puso a anunciarle la Buena Nueva de Jesús.
Siguiendo el camino llegaron a un sitio donde había agua. El eunuco dijo: «Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado?»
Y mandó detener el carro. Bajaron ambos al agua, Felipe y el eunuco; y lo bautizó, y en saliendo del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe y ya no le vio más el eunuco, que siguió gozoso su camino.
Felipe se encontró en Azoto y recorría evangelizando todas las ciudades hasta llegar a Cesarea." (Hch 8:1-40).